Todo esto lleva a comprender mejor otro gran problema y desafío de una gran mente creativa, el de la continua obsesión por sus propias ideas, las que en muchas ocasiones ella misma no comprende de donde procede. Uno de los creativos más representativos entre todos ellos, Charles Darwin, utilizó las siguientes palabras para explicarlo: “Es una maldición para cualquiera estar tan abstraído con un tema como yo lo estoy con el mío”.
El físico y premio Nobel Wolfang Pauli maldijo su suerte y confesó desear que el destino le hubiese deparado ser actor, músico o camarero. Y es que la obsesión es una nueva e insufrible tortura que absorbe día y noche a la víctima de un oculto, doloroso y elusivo proceso creativo que durará hasta que un extático sentimiento “Eureka” surja de parajes desconocidos del cerebro y nos proporcione en un instante la solución final a un oscuro problema a través de una iluminación capaz de saltar instantáneamente a la respuesta buscada y a una nueva perspectiva sintética. Esto es como lo que sucede en la resolución repentina de los acertijos o koans zen-budistas, para los cuales la mente racional y lineal no está capacitada para resolver.
Así, la liberación final de la obsesión nos llega por fin, si es que llega, superando el penoso estado previo de excitación obsesiva, y liberando al médico, científico o artista creativo de lo que puede ser interpretado, incluso correctamente, como una neurosis de ansiedad e incluso como un proceso abiertamente paranoide y psicopático.
Para entender dicho estado intermedio de confusión mental que lleva a la obsesión por solucionar paradojas incomprensibles exclusivamente desde el nivel racional, algo difícilmente concebible, se puede recurrir no sólo a las oscuras y alejadas entrañas del Budismo Zen sino a algunas situaciones más cercanas al hombre occidental reflejadas en ciertas películas. Por ejemplo, el estado de confusión que domina al personaje del comandante alemán en “La vida es bella” de Roberto Benigni, es incapaz de conciliar el sueño por no poder solucionar mentalmente ciertos acertijos, o, en un caso similar, el estado de estupor y aparente locura del personaje del actor Richard Dreyfus en la película “Encuentros en la tercera fase”, “de Steven Spielberg, cuando Dreyfus se sabe, aunque inconscientemente, en posesión de una verdad muy importante, pero de la que solo tiene una confusa imagen mental, y de la que no conoce su origen, naturaleza, ni lo que representa y significa. Por lo cual lo único que se le ocurre hacer para liberarse de su obsesión es representar su sueño construyendo una montaña de tierra y barro en su propio jardín, lo que, lógica y racionalmente, lleva a su familia a pensar que está absolutamente loco.
Estas escenas representan algo muy similar a lo que sienten por lo general los grandes creativos, junto a una mezcla entre respeto y miedo por su propia subjetividad, al menos durante los estadios iniciales del nacimiento de una gran idea totalmente desconocida hasta entonces, y lo que durará hasta el doloroso parto representado por la capacidad de re-racionalizar y comunicar lo descubierto a toda la humanidad, incluso a él mismo. Ese casi intemporal momento de explosión creativa supraracional y sintética que da forma a un nuevo aspecto de la realidad al unirse de pronto todos los desperdigados astillamientos previos en la mente de un hombre sumergido en una profunda crisis creativa, casi nos atreveríamos a calificarlo como de instante místico. Un instante atemporal de inspiración repentina que recuerda al ejemplo del matemático Kekulé que soñó, mientras dormía, la composición del anillo de benceno, y al “¡Eureka!”, de Arquímedes.
Ambos ejemplos representan el momento en que el problema se resuelve solo, instante al que Maslow calificó literalmente como momento de revelación, de iluminación, de comprensión total, de lucidez y éxtasis, y que puede asimismo denominarse como un instante atemporal o transtemporal. En esta situación, como en los estadios previos a la resolución del conflicto y la crisis, otra experiencia a tener en cuenta es que la inmersión total de la persona en la problemática de un proceso de investigación fundamental muchas veces haga que esta pierda completamente el sentido del tiempo. En palabras del mismo Maslow: “…de modo que un día puede pasar como si se tratara de un minuto y un minuto puede estar tan intensamente vivido que parezca un día o un año” (Abraham Maslow, “El hombre autorrealizado”; Editorial Kairós). A partir de ahí la desintegración se reconstruye al instante al colocarse la pieza final del rompecabezas en una nueva integración a un nivel de conciencia diferente. Estas situaciones nos recuerdan a la Teoría del Caos aplicada al proceso creativo en ciencia y medicina.
Finalmente, una vez hecho el descubrimiento, aún queda un estadio final, que es el dar a conocer al mundo algo radicalmente nuevo, muchas veces contrario a todo lo anteriormente conocido. De todas maneras, el hombre creativo sabe que puede ser motivo de feroces críticas y persecuciones, y hasta es muy probable que toda su vida personal, familiar y profesional puedan quedar destrozadas. Según Thomas Kuhn, este paso sólo se puede dar en base a la fe, una fe parecida a la religiosa, a la cual Einstein denominó “experiencia cósmico-religiosa”, y a la que sus críticos más feroces y estúpidos apodaron “la experiencia cómico-religiosa de Einstein”.
Kuhn también insiste en que los grandes creativos deben de ser capaces de vivir a veces en un mundo desordenado, por lo que algunos de ellos han sido impulsados a abandonar sus esfuerzos pioneros por su incapacidad para tolerar la crisis y la tensión exigidas, siéndoles imposible acomodarse a una situación que nunca ha existido con anterioridad y que jamás ha experimentado nadie.
Queda un detalle más: se ha dicho que todo el proceso creativo-autodestructivo puede acabar en un estrepitoso fracaso debido a las influencias ambientales alrededor del creador. Rof Carballo hizo la observación de que prometedoras carreras profesionales en grandes creadores de orden superior han fracasado finalmente por la influencia negativa de una mujer o de sus propias familias, desde Sócrates hasta el día de hoy. Aunque también ocurre lo contrario, que una mujer haya sido el apoyo necesario para evitar el derrumbamiento de un hombre creativo sumido en terribles bloqueos de expresividad para sus ideas y otras dificultades insalvables, algo que dijo de sí mismo, refiriéndose a su esposa, nuestro premio Nobel Severo Ochoa. Para finalizar, Max Planck añadió algo que la experiencia confirma continuamente: que una nueva verdad científica no triunfa por medio del convencimiento de sus oponentes, haciéndoles ver la luz, sino que dichos oponentes llegan a morir y crece una nueva generación que se familiariza con ella.
A modo de colofón, digamos que para los lectores interesados en estos temas, de los cuales los científicos puros por lo habitual son tan reacios a hablar, el profesor Charles Tart, miembro fundador del Instituto de Psicología Transpersonal de Palo Alto, California, miembro senior del Instituto de Estudios de Ciencias Noéticas y profesor de Psicología de la Universidad de California, dirige y edita una revista digital llamada TASTE, siglas en inglés para “The Archives of Scientists Trascendent Experiences”, dedicada a las experiencias psíquicas, místicas, trascendentales e incluso espirituales, así como a los estados alterados de conciencia que los mismos científicos han reportado acerca de sus estados mentales y sobre las dinámicas de sus procesos internos durante los períodos más fervientes de creatividad.